Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que vino, tenía 11 años… fue muy joven, la primera entre mis amigas. Mi madre me había hablado un poco del proceso, adelantándome que pronto que me convertiría en mujer. Fue tan rápido y sorpresivo, que me puse a llorar porque para nada estaba preparada… aún quería jugar con mis muñecas.
En el colegio, me sentía más grande frente a mis pares, pero también con miedo de ocultar todo vestigio que estuviera relacionado a la “regla”… sacar una toalla higiénica de la mochila se volvía un gran reto. No sé si era lo poco que entendía del tema, mi edad, mi inmadurez o el tabú que había en ese momento, pero me sentía sucia.
Recuerdo también ese momento en el que sabía que tenía que cambiarme, ese instante en el que sentía la toalla como un pañal cargado, mojado y, peor aún, caliente. Conocía el momento exacto en el que si esperaba un minuto más se me iba a filtrar por el calzón y luego por la ropa. Ese instante era crítico y con la adrenalina recorriéndome el cuerpo, solo podía correr por todo el colegio y llegar al baño rogando para que no se me hubiera filtrado nada.
A medida que pasaban los días del periodo, la cantidad de flujo bajaba y, al principio, pensé que esta “tortura” se acababa, pero muy pronto me daría cuenta que no. Más que nada, porque empezaría a notar que al usar toallas, la humedad de estas se mezclaba con mi sudor y otros fluidos y el roce de los mismos me generaba irritación, sobre todo las que tenían alas.
Creo que la toalla fue una parte importante del inicio de mi ciclo y aunque haya sido un producto incómodo y menos seguro para mí, es parte de mi historia. Siento que la experiencia no tan cómoda con las toallas higiénicas son también razones que me llevaron a atreverme a cambiar, a acercarme sin miedo, sin asco y sin prejuicios a mi periodo y a mi cuerpo. Si yo hubiera sabido en ese momento que existían otro tipo de productos más cómodos y que me generarían mayor seguridad, los hubiera usado. Pero las toallas eran lo único que conocía, lo único que estaba a mi alcance y lo único que socialmente era normal usar.
Empezar mi ciclo con toallas fue una consecuencia del entorno, las costumbres y la sociedad, sin embargo, esto está cambiando. Cada vez , nos da menos pena, menos miedo, menos pudor. Cada vez, estamos más conectadas a nuestro cuerpo, y podemos mostrarles más opciones de productos menstruales a nuestras hijas también. Cada cuerpo es diferente y, por eso, cada mujer puede optar a la opción que más le acomode…lo importante es enseñar que existen diferentes opciones no solo una.